BUSCAR HISTORIA

7.29.2022

SI NO ME VUELVEN A VER

El viejo roble me recibe con los brazos abiertos, con una sonrisa macabra y lastimera entre las líneas de su corteza, ahí a sus pies, en donde te volviste Turmalina entre alfombrilla de carbón; donde ahora mismo saco todo mi miedo, vertiéndolo en la única persona inocente de mis debilidades, de mis temores.
Me ajusto el largo abrigo antes de dejarme caer entre las húmedas hebras verdes y sacar el libro que en el bolsillo se resguardaba del frío invierno.
La última obra de este reconocido escritor omega.
Jeon Jungkook.
Las primeras líneas comienzan el envolvente ritmo que me introduce en su mundo, en sus recuerdos y sus vivencias; en la infancia que le fue arrebatada por los prejuicios de los profesores, en las humillaciones que marchitaron su alma, en las agresiones que la corrompieron. Nos lleva al fatídico día en que la pintura le fue arrojada cuan lluvia roja sobre su cabeza y la cruel imitación de la novela de Stephen King resucitó en él, los ecos de las risas de sus compañeros de clase que formaron parte de aquella broma surgen de entre las brumas de una memoria que creía olvidada hace años, las páginas cambian y con ellas el escenario; nos comenzamos a sumergir ahora entre los inocentes sentimientos del primer amor, el primer amor que nuestro protagonista creía recíproco pero que no resultó ser más que una forma de ganancia para el cazador, cazador que atrapado en su misma trampa quedó inmovilizado, pero que demasiado tarde afrontó la derrota. Nos relatan el primer resquebrajamiento de la inocencia de nuestro pequeño niño, el incipiente inicio de ira en él, el brote de venganza que comenzó a forjarse en su corazón cuando todo la clase humilló su manera de vestir ocasionando que cinco años después él no pueda salir de casa sin un abrigo puesto. El pasar de las páginas secreta a su paso un amargo aroma tan constante que la esencia se vuelve parte del lector; y el esfuerzo por aguantar el llanto se hace insoportable al saber que este chico que hemos leído crecer se ha vuelto una cáscara de lo que un día fue, que nadie conoce lo que ha pasado realmente en él, las marcas, las cicatrices que porta su alma. El día en el que su mayor secreto durante 3 años fue confesado al eco del alba, frente a su madre, el llanto se vuelve incontenible, el recordar cuando las sucias e impudorosas manos rasgaron y disolvieron la última parte sana e intocable del chico, cuando los gritos fueron acallados por las sucias palma designios de actos ruines y la piel fue expuesta, la sangre que de las uñas brotaba en un frenesí descontrolado al querer impedir que aquel monstruo se abalanzara, y la resignación e impotencia que como lector te produce el leer aquella tortura. La sangrante herida no hace mas que empeorar al leer que presa de la culpa y el miedo, él no pudo confesar su constante pensamiento, su atracción hacia las cuchillas y su deseo de dormir eternamente.
Con la llegada del atardecer, llego a los últimos capítulos, en donde la esencia del hombre en quien se convirtió aquel chico destruido se hace notar, nos damos cuenta de las consecuencias de aquel abuso y de su miedo a los de su mismo sexo, así como leemos por catorce páginas una constante lucha de culpa en su interior por perder a aquel ser que albergaba en su vientre aún antes de conocer su existencia. Si algo bueno e inesperado pasa a contra corriente de la crudeza del libro, es la llama de afecto y protección que recibe el protagonista de parte de su cazador, la chispa que comenzó como una apuesta y se transforma poco a poco a cariño, apego, amor... destrucción. El cazador que se convirtió en un guerrero digno de honor al permanecer al lado de su omega aún cuando este fue corrompido, cuando fue disuelto y cuando fue consumido por su odio y miedo. El caballero del que como personaje coprotagonista los detalles no llegamos a entender ni llegamos a ver las señales que fueron su guillotina. Lo que más te rompía el corazón era leer el lazo tan estrecho que ambos protagonistas tenían, y el amor puro que entre las sombras surgió. El como el chico de rizos negros y ojos pequeños logró sacar de la anemia y caparazón a su chico de brillosos ojos tristes, y el cómo parecería que lo alimentaba con su propia alma y vida, marchitándose a él mismo con tal de verlo bien.
Las últimas hojas del último capítulo están terminando y el presentimiento de un final feliz se aleja, dejándonos con suspiros pesados al leer como tras varios intentos fallidos y ocultos de marcharse, aquel caballero consigue su insignia a la puerta dorada, dejando a su chico de ojos tristes con un aura de vida.
Aura que el autor nos relata que fue siempre fingida pero que nadie detectó.
El primer año él se negó a visitarlo, se negó a aceptar su partida y a verlo ahora como una fría roca grabada con su nombre cuando antes fue luz y chispa en la vida de cualquiera; a los catorce meses de su partida, las inesperadas sonrisas y salidas con sus mejores amigos se hicieron presentes, sorprendiendo a sus cercanos, a su familia y amistades, quienes cometieron el primer error, confiar.
A los dieciséis meses, él comenzó la escritura de cartas y canciones que coincidían en solo un objetivo, despedirse; comenzó la creación de dibujos y la adaptación de sus novelas favoritas, comenzó a mejorar la comunicación con sus padres, y comenzó a pensar en el momento adecuado, pero había algo que le impedía marcharse: miedo por lo que su familia sentiría.
Fue a los veinte meses cuando dejo de tener ese miedo y cuando se atrevió a ir por primera y última vez a la morada de su amado, llevando su último libro publicado y puesto en venta ese mismo día. Fue así como a la sombra de aquel viejo roble termina la lectura de su último libro, en donde el epílogo es su nota final de despedida.
Cierro el libro y me apoyo en la roca cálida a mi espalda, a esta altura las estrellas comienzan a hacerse visibles y el viento persistente. Los dedos me duelen de frío, pero me las ingenio para guardar el libro en el bolsillo de mi abrigo violeta, su color favorito. Las margaritas que he traído conmigo yacen junto a mi y sobre lo que un día fue su cuerpo. Me recuesto al comenzar a sentir los mareos y la lengua pegada al paladar, cuando lanzo el primer vómito la consistencia rojiza me da la señal, no me queda mucho tiempo.
Supongo que las pastillas al fin hacen efecto.
Siento la tierra debajo de mi al caer de espaldas al no soportar más mi peso, los pitidos se hacen más constantes y agudos, y supongo que la gente tiene razón, porque comienzo a recordar los momentos que acabo de leer, las sonrisas que no olvidaré, el calor de los abrazos de mi madre, el esfuerzo de mi padre por sacarnos adelante, las sonrisas cómplices con mi hermana, las risas y travesuras de mis mejores amigos, las canciones escritas que he dejado sobre mi cama, y los dibujos que he guardado. Recuerdo a los profesores que me ayudaron a creer en mi intelecto y a los compañeros que aún al no conocerme realmente, trataron de animarme. Vago por los recuerdos de mis constantes caídas y no puedo evitar la sonrisa que se forma en mi boca aún cuando las comisuras se manchan de rojo y los latidos ahora duelen.
Entonces recuerdo mi primer beso, los abrazos que compartimos y el cálido liquido que corría por nuestras venas al solo cruzar miradas, el como algo tan puro pudo ser encontrado en tierra; y si de algo me arrepentimiento, es de no dejar que todas las fotografías que pudieron ser tomadas, vieran la luz, ahora no hay fotografías mas recientes de mí desde mis doce años.
Con el cuerpo frío y ojos ciegos, rememoro mi última interacción con mi familia, y solo entonces, el último soplo de mi descompuesto corazón retumba, punzante, pero esperado.

No hay comentarios: